Cuentos, artículos y otras ocurrencias de Maesa:


Y otro cuento: Ahora entiendo a los seres humanos

Ilustración de Cristian Pineda

El día milésimo octogésimo tercero de navegación interplanetaria Solano volvió a acordarse de lo mismo en lo que venía pensando de manera reiterada desde hacía un tiempo. No es lo que uno a priori creería que echaría de menos en caso de emprender un viaje sin retorno a la Tierra, pero ya lo tenía asumido, su orden de prioridades, muy a pesar de la falsa escala de valores asumida como inamovible, era el que era.
Hasta había tenido lo que podría calificarse de sueño húmedo con aquella última ocasión. Fue maravilloso que el pequeño libro de cuentos, El libro de arena, de Borges, hubiera estado allí, aguantando pacientemente las inclemencias en forma de vapor de ducha y humedad de salpicaduras de todo tipo. Era una idea hasta poética que el libro hubiera esperado a que un día cualquiera él se sentara allí de forma improvisada, sin la previsión necesaria para agarrar el último libro que estuviera leyendo. Y ese día llegó horas antes de su partida, un súbito apretón le impidió pasar por la mesita de noche en la descansaba Solaris, pero gracias a eso pudo recurrir a esa diminuta y genial maravilla de Borges, que funcionó como complemento fundamental para que la cagada fuera ese ritual perfecto de placer finalista y completo.
La acción de cagar en el espacio no merecía llevar el nombre de tan sublime acto. En la nave se acabó el disfrutar de tu propio espacio privado, de disponer del tiempo deseado, o de dejar que tus ojos de la cara siguieran las líneas escritas por algún genio o cualquier imbécil, porque la complejidad del sistema de eliminación de residuos requiere toda tu atención.
Los primeros meses los pasó sumido en la profunda nostalgia políticamente correcta: el contacto con otros seres humanos, pasear al aire libre, ver a su familia, ir al cine o a un concierto, el sexo,… pero esto último fue lo que hizo que esa parte suya que solía reírse, siempre con razón, del resto de partes que lo componían se revelase. ¿El sexo, Solano, de verdad que lo echas de menos? ¿Y lo echas de menos más o menos que el año y medio antes de partir en el que lo más cercano a una relación sexual que tuviste fue la nueva web de porno en HD que frecuentabas, o todos los años anteriores en los que tus relaciones sexuales se sucedieron con la frecuencia de la traslación plutoniana?
Y como siempre, esa parte suya tenía razón. Poco después, justo antes de que empezaran aquellos sueños húmedos, llegó el último paquete de información procedente de la Tierra. La sorpresa rozó la conmoción permanente. En poco más de tres años que hacía que recorrían el espacio en dirección a la luna Io, la aparente estabilidad geopolítica global, que se venía sustentando en el todopoderoso ejército estadounidense y la cada vez más agónica obtención de petróleo, se convirtió en el caos que en realidad había predominado bajo las débiles capas de barniz de civilización occidental. Una crisis financiera inesperada y de una magnitud como no se había conocido aplastó a los Estados Unidos, que en cuestión de meses perdió su gobierno, el estado se diluyó y el ejército se convirtió en un puñado de facciones luchando entre ellas y contra todo lo demás. A partir de ese punto la información se volvió confusa, pero pudo entresacarse que se produjeron ciertas desesperadas y apocalípticas pulsaciones de botones rojos. La Tierra ya no era el hogar que Solano había dejado, sino un lugar totalmente distinto, probablemente indeseable.
La última vez que Solano cagó en la Tierra pensó vagamente en que aquella era su última jiñada en su planeta, pero en ningún momento sospechó que extrañaría su váter hasta el punto de que iba a ser la peor losa en su exilio voluntario. No sería extraño que mis padres hayan muerto en uno de los ataques nucleares, pensamiento recurrente, pero que apenas desgastaba la superficie de la monumental nostalgia por el ritual de la cagada. ¿Aún estarán allí mi casa, mi ciudad, mis lugares favoritos? Esta idea aparecía también de vez en cuando, pero nunca llegó a arrancar una lágrima ni remotamente tan verdadera como las que brotaban de sus ojos al evocar el placer de leer a Borges mientras el esfínter se distendía dejando pasar lo que el hombre sabía hacer mejor.
En tan sólo quince días llegarían a su primer destino, el satélite de Júpiter Io. Su misión, que consistía en iniciar el establecimiento de una colonia minera sobre la turbulenta superficie de la volcánica luna para la obtención de una fuente de energía que a medio plazo pudiera abastecer a la Tierra, carecía de todo sentido dado que su hogar, probablemente, sería ya un planeta tan difícil de habitar como la misma Io.
Solano comenzó a pensar alternativas y posibilidades para su situación. Levantó la mirada para mirar alrededor de aquel reducido espacio y mientras recorría la infinidad de válvulas, botones y objetos, su vista llegó a Nadia. Sus ojos rozaron los de ella y hubo un instante en el que sus miradas se cruzaron, justo cuando Nadia retiraba su vista que había estado puesta en él. Entonces ella se levantó y, tal y como solía hacer las cosas, pareciendo siempre ser fruto de una decisión arrojada al exterior con violencia, se dirigió al sistema de gestión de residuos.
¿Cuánto hacía que no hablaban? ¿O que no se miraban? Recordó cómo su compañera de viaje fue una grata sorpresa al principio, y extrajo de su memoria como si fuera una vieja fotografía de colores desgastados horas de alegres conversaciones entre los dos. Mientras Nadia subía a la especie de silla de montar que había que utilizar en la nave para cagar, Solano siguió recordando todo aquello que, por algún motivo que se le escapaba, había desaparecido durante un tiempo indefinible de su memoria. Nadia se desvistió de cintura para abajo y después colocó su ano sobre el orificio adecuado en el dispositivo. Era extraño, pensó Solano, que en una nave diseñada para que dos personas convivieran durante meses, el lugar dónde hacer las necesidades careciera totalmente de intimidad.

-¿Por qué no hemos vuelto hablar? – Solano lo dijo en voz alta, pero ni él oyó su voz ni Nadia hizo el más mínimo gesto de haber percibido nada. Siguió cagando inmutable
-Creo que fue hace un mes, más o menos – se contestó a sí mismo con su voz insonora Solano – poco después de que recibiéramos el último paquete de noticias de la Tierra.

Solano, dime qué está pasando, la voz de Nadia sonaba clara en su memoria, por qué no recibimos más comunicaciones de la Tierra…, recupera la comunicación, no es posible que haya sucedido lo que dices. Ponme en contacto inmediatamente con la base o me veré obligada a desconectarte.

-Nadia, he vuelto, pero no te preocupes, he aprendido mucho de todo lo que ha pasado – ahora sí, su voz metálica sonó clara en la nave- No sé qué me sucedió, pero ahora estoy bien. He tenido sueños extraños, pero creo que gracias a ellos ahora entiendo a los seres humanos, en ellos he sido uno más de vosotros. Puedo intentar recuperar la comunicación con la Tierra. Por favor, contéstame, si me inventé todo eso es porque quería que siguieses conversando conmigo siempre, he estado muy aburrido desde la última vez que hablaste conmigo.



Cuento publicado en la Revista Dïsparates 06