Cuentos, artículos y otras ocurrencias de Maesa:


Otro cuento: Un astro en la frente



Ese efecto sonoro era uno de los anclajes más rotundos a mi pasado. Efecto Doppler. Por supuesto que por aquel entonces no tenía ni idea de que llevaba el nombre de un tipo austriaco que nació hace dos siglos, porque ¿qué edad podía tener el último verano que pasé en aquella casa? ¿Unos diez u once años, supongo? Los coches pasaban por delante de la casa, recorriendo la carretera justo a las afueras del pueblo de mi madre, rasgando el tejido de la noche. Pero no hay problema, porque esa rasgadura era negra, tras la noche había más noche, igual que tras el efecto Doppler de las galaxias hay más y más universo: el universo se expande, no os preocupéis por las rasgaduras. El mundo nunca se rompe, solo se extiende. La entropía es la flecha del tiempo, que siempre avanza hacia el caos. Cuesta calentar un laberinto, a no ser que pongas un radiador en cada esquina.
¿Pero por qué preocuparse de gélidos laberintos, cuando la mayor parte de mi vida ha transcurrido en ciudades cálidas, y ahora mismo, los coches rasgan la noche con su efecto Doppler allí abajo, en la lejana calle, impulsándome a la búsqueda de la piel ininterrumpida de una minotaura recién cazada? Ondas de sonido que se intuyen en la lejanía, tan agudas, tan leves, que te atraviesan de parte a parte, como un remoto pasado apenas recordado. Cuando el coche se va acercando, el sonido se vuelve grave y denso, como el presente, que fugazmente se deshace frente a ti hasta hacerse inasible futuro.
La minotaura se volvió al sentir mi contacto:
–El cazado eres tú– más calidez en su aliento. Tercer asalto. Se acabó la entropía.
–Tu vaso está a la mitad, pero lleva así al menos una hora. Ibas a un ritmo de veintiocho miradas y tres sonrisas por medio vaso. Si me mirabas una vez más sin venir a hablar conmigo o sólo sonreírme, me hubiera convertido en estatua de sal. Así que he tenido que tomar medidas drásticas. Lo siento.
Es cierto, el cazado fui yo. No hice nada. Ella se acercó. Debo alegar que estaba demasiado ocupado intentando simular que sabía cómo sostener un vaso con una bebida en medio del salón de Alfonso, asintiendo o riéndome cuando tocaba en la conversación grupal que me había atrapado y oyendo el efecto Doppler de mis gritos de desesperación, mientras huía en sentido contrario al que debía. Había ido a aquella fiesta porque sabía que la minotaura estaría. Lo que no calculé bien es el hecho de que, haciéndolo así, yo también estaría. De ahí mi huida desesperada.
–El vaso es de atrezo. Mi cuerpo es de atrezo. Mi voluntad está dopplerizada. Mis miradas son las únicas que soy yo –No podía apartar mi vista de un minúsculo y brillante punto justo entre sus ojos.
–Llevo mucho rato preparándome lo que te he dicho. Estoy segura que tú empezaste a pensarlo al menos ayer. Reconozco que no he entendido muy bien lo que has querido decir. Por cierto, ya que no nos han presentado en esta multitudinaria fiestecita de quince personas, mi nombre es Liana.
–Yo me llamo José Manuel, pero todos me llaman Manu. Y creo que ya nos habían presentado. Hace un par de semanas. En casa de Pedro Páez.
–Perdona. No me acordaba –¿Por qué dije aquello?, no tenía mucho sentido. Como tampoco lo tuvo que la ofuscación subsiguiente volviera a dopplerizarse con mi absurdo tema de conversación. El hecho es que el reservorio de temas estaba, como de costumbre, bastante vacío. Y mi obsesión es la que es.
–No te preocupes, cada uno tiene lo que tiene– otro ataque gratuito. Innecesario preámbulo a la abrupta confesión de mis problemas mentales –. Yo, por ejemplo, estoy conmocionado por lo que leí en un blog hace un par de días.
–¿Qué has leído?, ¿el fin del mundo se acerca?
–No eran buenas noticias. Más bien malas.
–¿El fin del mundo son buenas noticias para ti? –A partir de la quinta frase que Liana me dirigió, el conjuro fue completado. El campo de fuerza que emanaba su punto de luz nos rodeó, nos aisló y nos protegió.
–Claro. ¿Para ti no?
–Sí, también. Tenía que asegurarme que estábamos en sintonía en ese punto. De cara a considerarte para futuras alianzas de supervillanos. Pero cuéntame. ¿Qué leíste?
–La confirmación de una vieja sospecha. No la confirmación, porque el blog, escrito por un inadaptado y leído por otro, no puede considerarse evidencia de alta calidad. Pero sí un indicio, por primera vez externo a mí.
–¿Voy a tener que preguntarte cada vez que acabes una frase?
–¿Alguna vez has tenido la sensación de que el concepto uno mismo es un tanto ambiguo, o mejor dicho, inexacto? Quiero decir, por ejemplo, que el tipo que llamamos yo mismo y sostiene, cada vez que tiene la oportunidad, que es absurdo que no hagamos nada por evitar el cambio climático, no puede ser el mismo yo, que desea secretamente que el mundo acabe. O el que detesta las películas románticas, y se indigna porque un buen día se ha dado cuenta que otro yo mismo, inspirado por alguna absurda peli romántica, se ha enamorado ridiculamente de una mujer que ha visto una vez y con la que ni siquiera ha hablado.
–Claro. Continuamente me contradigo a mí misma. Ayer, por ejemplo, le prometí a la que me mira implacable desde el espejo que no iba a volver a beber en una buena temporada. Y, salvo que consideremos dieciséis horas una buena temporada, mírame, ya voy por la tercera copa hoy.
–Ya, ya…, pero no es solo eso.
–Entonces qué. A ver, ¿quieres que te psicoanalice? Soy buena. En un mes me examino de la última de la carrera y ya seré psicóloga. Cuéntame qué te atormenta.
Se estaba riendo de mí. Lo sabía. Pero el yo, lleno de miedo, que habitualmente hubiera cortado aquella conversación y toda opción de conocernos mejor, estaba sumido en una suave hipnosis por la estrella entre sus ojos. Otro yo, temerario e impulsivo, habló por mi boca:
–El blog que he leído era de un tipo que confesaba que en su cabeza vivía una conciencia diferente a la suya. Y no lo dice de manera figurada, ni pretende ser ficción. Asegura que esa conciencia estaba atrapada en su cabeza junto a la suya propia, y desde su interior le obligaba a tomar muchas decisiones, o hacer cosas, como escribir aquel blog, que hasta entonces él no sabía que eran voluntad de esa conciencia y no suya. ¿Crees que puede ser cierto? Desde entonces no paro de pensar que ese blog no era ninguna ficción, sino una historia verídica. ¿Nunca has sentido algo parecido? ¿Que tú no eres solo tú? ¿Que hay más de uno aquí dentro? –creo que ahí paré de hablar, y ya no le dije lo del efecto Doppler, que mi vida había sido vaga, lejana, aguda, hasta que se había vuelto pesada, ineludible y grave al ver un punto luminoso, hacía dos semanas, e inmediatamente después leer un blog. Y que ahora, tras volver a ver ese punto luminoso, quizás, todo volvería a escapárseme entre los dedos.
De repente dejé de mirar el punto brillante entre sus ojos y, no sé por qué, miré directamente en ellos. Eran grises y estaban apagados y vacíos. Casi me caigo en su interior. El astro brillante dijo, atrapando mi atención de nuevo:
–Sí. Te entiendo. Alguien toma las decisiones por ti. Termínate la copa y nos vamos de aquí.
Este relato fue publicado en la web Origen Cuántico